En su afán por conquistar la realidad, de hacer valer su discurso como el verdadero y el único fiable, la consciencia se erige como la intérprete y juez única del mundo. De este modo, se olvida, cuando no desautoriza, los contenidos inconscientes que afloran a la superficie de la psique en forma de sueños, sincronías e intuiciones. Así, vamos encerrando en el baúl de las sombras la mayor parte de nuestros contenidos psíquicos, con la ingenua creencia que de este modo los desactivamos. Preferimos mirar hacia otro lado, en lugar de acoger y atender tantas experiencias y sensaciones de dolor y frustración. Sólo queremos considerar las experiencias positivas y satisfactorias, sin saber que también lo doloroso e innombrable contiene potencialmente un gran aprendizaje.
Es necesario ir más allá de la concepción freudiana del inconsciente que lo consideraba como el receptáculo de nuestros traumas y deseos reprimidos. Es conveniente tener una mirada amorosa hacia el inconsciente y abrazar todos sus contenidos, porque es un compañero de viaje inseparable al que le acompaña una gran riqueza.
Probablemente, para hacernos amigos del inconsciente necesitamos saber o entender el alcance de su trabajo incansable. Efectivamente, es incansable porque ni cuando la consciencia se relaja él lo hace. Sólo durante algunos momentos del sueño -las últimas investigaciones demuestran que podemos soñar en cualquier fase del sueño- el inconsciente deja de trabajar con imágenes mentales, pero incluso en estos momentos nuestro cerebro continúa desarrollando millones de procesos neuronales.
El inconsciente es mucho más antiguo que la consciencia. Por ello es mucho más rápido en la toma de decisiones que los procesos cognitivos conscientes.
- Una de las funciones del inconsciente es el de vigilar y protegernos de cualquier posible amenaza. Aunque no podamos ubicarla físicamente en una región concreta del cerebro, éste dispone de un archivo memorístico que compara constantemente los estímulos sensoriales que recibimos con esos registros, para decidir si nuestra neurología y nuestro organismo tiene que prepararse para la acción de algún modo. El inconsciente se asocia a los instintos precisamente porque contiene la memoria ancestral de la especie. De esto concluimos que está realmente al servicio de la vida o, lo que sería más concreto, de la supervivencia. Un bebé tiene una conducta visible, a pesar de no ser consciente de ello. Se queja cuando está incómodo o tiene hambre, por ejemplo. El inconsciente le obliga a actuar. También a los adultos les ocurre lo mismo, a pesar de creer que nuestra voluntad gobierna la mayor parte de nuestra conducta.
- Por otro lado, el hecho de que la mente inconsciente se ocupe de los procesos automatizados, y del radar de vigilancia permanente, ha permitido el desarrollo de la mente consciente. Por tanto, el inconsciente no sólo está al servicio de la conservación de la vida, sino también de su evolución. Con toda seguridad, sin su existencia no hubiera aparecido un homo sapiens capaz de decir “pienso, luego existo” y otro quizás todavía más sapiens capaz de decir “Lo que aceptas, te transforma; lo que niegas, te somete”.
- En tercer lugar, la existencia de un inconsciente colectivo posibilita que exista una significación humana compartida, cierta estructura de la realidad colectiva, lo que permite a la especie humana comunicarse. El inconsciente colectivo ha posibilitado la aparición del lenguaje y con él, la posibilidad de realizar conductas cooperativas al servicio el desarrollo del género humano.
Esta noche he soñado que viajaba en metro, por vías subterráneas. El sueño es verídico. Llego a una estación y bajo del vagón. En el andén descubro que me encuentro en una estación equivocada. Pregunto al vigilante (es extranjero, no nos entendemos y está ocupado en otras personas). En pocos segundos debo decidir si subo de nuevo al convoy o no para continuar. Algo me dice que esa no es la dirección correcta, por lo que decido buscar el andén por donde circulan los trenes en dirección contraria, para regresar a una estación anterior y evaluar mejor mi camino. Me cuesta encontrar ese andén, dentro del laberinto de pasillo y escaleras subterráneos, pero al fin lo encuentro. Y me despierto.
Ahí hay un mensaje que procede de mi inconsciente. ¿Qué hago, lo olvido? Prefiero agradecer que esta vez recuerdo el sueño, en lugar de olvidarlo, como tantas otras veces. Es evidente que el inconsciente me pide que revise mi búsqueda profunda, y que regrese a algún punto anterior, pues estoy siguiendo un camino equivocado. Tal vez el problema es que no he definido el rumbo, pues de hecho soy incapaz de decirle al vigilante cuál es mi destino. De nuevo, aparece ante mí el arquetipo del explorador, ese arquetipo que ha impulsado tantas experiencias en mi vida. Y ahí estoy. El inconsciente me dice: “Sigue buscando, pero no olvides la experiencia acumulada. Detente, observa bien, elige tu propósito y después lánzate a por él.”