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¿Para qué el inconsciente?

El ser humano es muy prepotente, ingenuamente prepotente. Todavía consideramos que somos dueños de nuestra vida y, por consiguiente, de nuestras decisiones. Bien, esto es así, pero sólo en contadas ocasiones. Si pudiéramos contabilizar las decisiones que tomamos conscientemente a lo largo del día y las que tomamos inconscientemente, las últimas ganarían por goleada, pero no por un simple 0-5, no. Si fuera un partido de fútbol, el inconsciente estaría metiendo varios goles por minuto, antes de que el consciente metiera uno sólo. Así, pues, un poco de humildad ante el inconsciente no nos iría mal.

Por supuesto, siempre podemos pensar que las grandes e importantes decisiones se toman de forma consciente. Bueno… científicamente se ha demostrado que incluso cuando creemos ser conscientes de nuestras decisiones, el cerebro ya se ha activado con anterioridad, alrededor de ½ segundo antes. De hecho, si los grandes jugadores de tenis tuvieran que “pensar” los movimientos y golpes que han de hacer antes de ejecutarlos… llegarían tarde siempre. Los automatismos nos llevan muchas veces a la excelencia. El inconsciente tiene un poder muy grande porque es capaz de procesar muchísima más información que los procesos “racionales” en un tiempo mucho más breve.

Si atendemos a las más recientes investigaciones llevadas a cabo sobre la influencia de los factores inconscientes en la toma de decisiones, deberíamos cuestionarnos si existe realmente el libre albedrío, pues incluso la selección de pareja está condicionada por experiencias previas que guardamos en el inconsciente, experiencias personales y también transgeneracionales, algunas traumáticas, otras no.

Todavía hay mucha gente que siente cierta aprensión cuando oye hablar de inconsciente y prefiere no destapar lo que oculta. A Freud le debemos que popularizara su existencia, pero con un sesgo oscurantista, como si fuera la cárcel de nuestros monstruos y fantasmas. No obstante, John Bargh, psicólogo de la Universidad de Yale, pone en evidencia con sus investigaciones la falsedad de tal prejuicio. “Nada más lejos de la realidad –sostiene-. En el siglo XXI podemos afirmar que Freud estaba equivocado. El inconsciente no nos amarga la existencia. Todo lo contrario… la vida sin él sería casi imposible. Lo encontramos en nuestros actos más cotidianos, desde los automatismos que nos permiten despertarnos, vestirnos y caminar, hasta los sentimientos profundos que nos impulsan a proteger a nuestros seres queridos”.

Algo que permite el consciente y que el inconsciente, que siempre está en el presente, no puede, es viajar en el tiempo. Ello permite al ser humano revisar hechos pasados (y quedarse atrapado también en ellos) y proyectar sus sueños y expectativas en el futuro (y frustrarse también si no se hacen realidad). Esto probablemente es lo que nos distingue del resto de especies vivas. Por eso hemos llegado a la luna, aunque podamos discutir si eso ha mejorado en algo la vida en este planeta.

El inconsciente está al servicio de la vida. Guarda la memoria de los aprendizajes evolutivos, generando automatismos que han hecho posible la evolución de la vida. Por otro lado, nos libera del colapso que generaría al neocórtex procesar toda la información recibida (estímulos endógenos -como la presión arterial- y exógenos -como todos los estímulos auditivos, visuales o cenestésicos que captan nuestros sensores-). Por fortuna, nuestro sistema límbico y, en especial, el tálamo y la amígdala, nos ayudan a seleccionar sólo los estímulos relevantes.

Bargh, en su maravilloso libro “Porqué hacemos lo que hacemos?”, enumera muchísimos experimentos que demuestran la continúa presencia de los factores inconscientes y de qué modo afectan a nuestros actos. En unos de sus estudios constató lo siguiente: aquellos estudiantes que reconocían un deseo de agradar a sus madres con sus éxitos eran más eficaces resolviendo determinados problemas cuando de modo casual se les llevaba previamente a pensar en ellas, que aquellos estudiantes cuya actitud hacia sus madres era de otro tipo, a pesar de recordarlas antes de desempeñar las tareas experimentales.

Quizás de este experimento debemos concluir que nos conviene buscar el reconocimiento materno en nuestros actos; pero no, en absoluto. De lo que se trata es de reconocer cómo nuestros valores y creencias nos influyen a cada momento, pues de hecho condicionan el acceso a nuestros recursos.

El Coaching, uno de cuyos objetivos es que los clientes o coaches accedan a los recursos que les permitirán alcanzar sus objetivos, no puede obviar la existencia e influencia de los factores inconscientes, al menos si los coaches queremos acompañar a nuestros clientes de manera eficaz.

Continuaremos hablando de todo esto…

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ARCHEUS

Coaching, inconsciente y arquetipos

www.archeus-coaching.net

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